La sangre
no tiene nombre
no tiene edad
no tiene nación
ni gustos
ni enemigos
ni objetivos y sueños
no tiene deseos
no tiene recuerdos
ni familiares.
Nos rellena a todos
por distintos que seamos.
Aprendimos esta lección
muriendo y matando:
en el interior,
todos los hombres son iguales:
coágulos morados para alimentar la tierra.
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